Salida a Levante con complemento gastronómico (la paella no era opcional)
- Asistencia: Jolgito, Ramón y yo.
- Fecha: 5 de marzo de 2022.
- Distancia: Casi 100 kilómetros de naranjos, mandarinos, arrozales y paseos marítimos desiertos
- Ruta: Gandía – Denia. Ida por el interior y vuelta por la playa.
- Meteorología: Lluvia pero, ¿A quién le importa?
Pues ya había ganas tanto de volver a escribir aventuras en el blog como de hacer algo diferente a nuestras rutas habituales, y que no se malinterprete, que seguimos disfrutando como niños de nuestra pasión por el pedal por el Guadarrama y alrededores. Pasándolo como monos con la mejor compañía y esas paradas técnicas, a base de jamón, queso, picos y algún buen vino de vez en cuando, con el que hacemos nuestros tan habituales como exóticos avituallamientos.
Este fin de semana, un pequeño grupo, nos hemos liado la manta a la cabeza y metido el chubasquero en la mochila (el parte daba lluvias) y el viernes por la tarde, cargadas nuestras bicis en los coches, pusimos proa a Valencia, o más exactamente, a Gandía. Allí, atrincherados en el apartamento de Ramón como base, hicimos noche y tras desayuno a base de magdalenas y café soluble, nos subimos a nuestras monturas sin tener muy claro el recorrido aunque, sinceramente, poco nos importaba. Día para disfrutar sin hora de vuelta.
Ruta tan bonita como llana. Casi 100 kilómetros para un desnivel acumulado de 140 metros escasos. Nada exigente, siempre que podamos olvidar el dolor de rabadilla que tanto tiempo de sillín de la bici nos dejó.
De Gandía fuimos a Oliva pasando por un auténtico mar de naranjos y mandarinos. Sí, sé que está mal, pero no pudimos resistir la tentación de tomarnos alguna mandarina recién cogida del árbol aunque casi nos cuesta uno de los miembros del pelotón. Lo que tiene la poca habilidad.
No llego la sangre al río aunque el salto pudo costarle la hombría a Jolgito .
Más naranjos, algo de arrozales y, por fin, llegamos a Font Salada. Una piscina natural de agua templada donde los lugareños estaban, a pesar de la lluvia, dándose un baño. Nosotros nos conformamos con la foto de rigor:
Como aún quedaba tiempo y nadie nos esperaba, nos dedicamos a improvisar en la ruta. Llegamos al El Verger y, siguiendo las indicaciones que nos dan (sí, somos chicos y preguntamos) tomamos la vía verde a Denia. Siete kilómetros de más naranjos hasta llegar al pueblo donde buscamos la foto en la bocana del puerto.
A partir de aquí, búsqueda de restaurante, que ya iba apretando el hambre y, además, empezó una lluvia algo molesta. Kilómetros de carretera atravesando paseos marítimos vacíos, bloques de apartamentos deshabitados y la sensación de ciudades fantasmas durante varias horas. Como en Valencia es difícil que te hagan un arroz malo, paramos en el primer sitio que nos encontramos y nos dimos el homenaje paellero que, para qué engañarnos, era nuestra primera motivación. No estuvo mal.
Poco más que rodar y rodar, ya con la tripa llena después del homenaje pasando por Bellreguard, Oliva y vuelta a Gandía.
Lo único malo del viaje, por sacarle punta a algo, es que, el domingo, no pudimos salir o, mejor dicho, nuestro espíritu burgués se impuso al aventurero y, lloviendo como estaba, decidimos volvernos a Madrid un poco antes de lo esperado.
No puedo finalizar esta entrada sin agradecer a Ramón, nuestro anfitrión, todos sus esfuerzos logísticos de lo que, como no, no puedo dejar prueba: